Los humanos fuimos seres sociales desde antes de ser propiamente humanos. Para nuestros antepasados homínidos, igual que para otros primates como chimpancés, bonobos o gorilas, la capacidad de obtener alimentos y protección y la capacidad de reproducirse dependía de pertenecer a un grupo, es decir: el grupo garantizaba la supervivencia.

Dado que a lo largo de la evolución de la especie humana la capacidad de vincularse a un grupo ha sido un requisito para la supervivencia, las personas disponemos, por herencia genética, de unos potentes instintos cooperativos y de cohesión social, acompañados, eso sí, de instintos hostiles y de confrontación con los miembros de otros grupos, aunque sean de la misma especie.

Si los primeros homínidos aparecieron hace 500 mil años, fue hace tan sólo unos 7000 u 8000 años cuando empezaron a aparecer as primeras ciudades y a partir de ellas surgieron las civilizaciones, con estado, leyes y poder político. Pero la civilización no fue el origen del sentido de pertenencia al grupo, ni creó valores como la lealtad, la ayuda mutua, la justicia distributiva, el respeto a los líderes, o el deber de defender a tu grupo. La civilización surgió a partir de personas que llevaban ya el sentido del grupo instalado de fábrica, por decirlo de algún modo.
La historia de las sociedades humanas es la historia de grupos humanos que compartían el irresistible sesgo cognitivo de dividir el mundo en “ellos” y “nosotros”. La evolución del altruismo y la sociabilidad con los “nuestros”, ha ido de la mano de la hostilidad hacia los extraños.
El proceso psicológico que sustenta esta división entre “ellos” y “nosotros” se llama categorización social que lleva incorporada el proceso de identificación social, es decir que no sólo clasificamos la gente en grupos, sino que además nos identificamos con uno de ellos. En resumen, dividimos el mundo en el endogrupo y en el exogrupo, de maneral natural y automática, creemos que el endogrupo es mejor que el exogrupo, que todos los miembros del exogrupo son iguales, o sea, conocido uno, conocidos todos y, finalmente, sobreestimamos las diferencias entre grupo (He explicado este último proceso de separar la realidad artificialmente en dos entidades inflexiblemente separadas en otro artículo de este blog: Pensamiento dicotómico: ver el mundo en blanco o negro).
Buena parte de lo que se sabe ahora sobre categorización social se lo debemos a Henri Tajfel (1) que fue un psicólogo británico, nacido en Polonia. En un principio, pensó que la categorización social se basaba en prejuicios relacionados con la identidad social de las personas como la etnia, el género, la nacionalidad, la religión o la clase social. Sin embargo, se sorprendió al descubrir que se podría producir categorización prácticamente de la nada. Por ejemplo, si hay un grupo de adolescentes y se les divide en función de algún detalle anecdótico, el color de la ropa que llevan o su cantante preferido, por ejemplo, ya tienes a dos grupos con los que se identifican sus miembros y pueden empezar a competir entre ellos. Esto en investigación social se llama paradigma del grupo mínimo. Incluso si se forman los grupos al azar, por sorteo, se genera categorización e identificación social. Sea como sea, el pertenecer a un grupo, aunque sea casual, proporciona identidad y aumenta la autoestima.
Pero la categorización social no se limita a marcar la frontera entre endogrupos y exogrupos desde un punto estrictamente de vista territorial, los que viven aquí y los que viven allá. La categorización social también puede aparecer en el seno de cualquier sociedad actual, dicho de otra manera, la fragmentación puede ocurrir dentro de la tribu. Cuando un grupo social tiene un enemigo o competido exterior, se cohesiona; pero en ocasiones se puede fraccionar internamente y se crean categorías que excluyen a parte de sus miembros, un ejemplo de esta tribalización intrasocial puede ser la polarización política en la que una sociedad se categoriza a ella misma en dos bloques (por ejemplo, izquierda y derecha) irreconciliables entre sí y que reclaman a la vez, ser los auténticos defensores de los intereses del conjunto de la sociedad (2).
La identificación social.
Naturalmente la identificación social no es algo absoluto, admite gradaciones. El grado en que una persona se siente afectivamente ligada a un grupo concreto se llama identificación social. Cuanto más se identifique alguien con su grupo, pensará más en sí mismo en términos de su pertenencia al grupo, se sentirá más cercano al grupo, estará más comprometido con el grupo y creerá más que actúa en nombre del grupo.
La teoría tradicional en Psicología Social que explica la identificación social es la Teoría de la Autocategorización, la SCT en sus siglas en inglés (3). La idea principal de esta teoría es que las personas piensan: “soy como mi grupo”. Es decir que la identificación surge de arriba hacia abajo, a través de la asimilación del yo al prototipo de un endogrupo, como una manera de reducir la incertidumbre sobre la identidad, las discrepancias entre el yo privado y el yo colectivo y ganar coherencia entre ideas y actuaciones (4). Este mecanismo se llama autoestereotipado, es decir una persona se identifica con un grupo e intenta parecerse al prototipo del grupo, a lo más representativo (El proceso de formarse prototipos está explicado en otra entrada de este blog: Prototipos mentales, o como hacer simple la realidad compleja)
Imaginemos a Miko, un convencido fan del fútbol, que se viste con los colores típicos de su equipo, que lo anima vigorosamente en el estadio y que comparte cánticos y símbolos con otros seguidores, todo en nombre de su equipo. Visto de esta manera, la identidad individual de Miko, en términos de su personalidad (si es introvertido, o organizado, o goloso) es irrelevante. En términos más generales, la SCT propone que el yo personal o privado (características únicas de una persona) y el yo social o colectivo (características prototípicas del grupo) son dos conceptos de uno mismo contrapuestos, cuando el yo social es preponderante, el yo personal pasa a un segundo plano, el individuo se despersonaliza y los miembros del endogrupo comienzan a definirse a sí mismos de acuerdo con las características prototípicas del grupo (He hablado del yo colectivo en contraposición con el yo privado en el artículo de este blog: La norma subjetiva: una ley no escrita que cuesta saltársela y sobre las creencias de eficacia, emociones y conducta en función de un punto de vista individual o colectivo en Psicología del apocalipsis climático: 2. comportamiento colectivo).

La fusión de la identidad: el caso extremo de la identificación con el grupo.
La identificación social es, en realidad, un proceso altamente adaptativo porque permite que un individuo se vincule a un grupo que le proporciona seguridad, protección y recursos. Pero la identificación comporta una amenaza un tanto siniestra que es la fusión grupal. La fusión grupal es el estado extremo de la identificación grupal y con ella el yo no sólo está supeditado al grupo, sino que esta fusionado al grupo, y no existe fuera de él. La Teoría de la Fusión de la Identidad (5) ha sido propuesta por William B Swann Jr. de la Universidad de Austin (Estados Unidos), junto con un equipo internacional en el que están Jolanda Jetten y Brock Bastian de la Universidad de Queensland (Australia), Ángel Gómez de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (España) y Harvey Whitehouse de la Universidad de Oxford (Reino Unido de la Gran Bretaña). La fusión de identidad implica un sentimiento visceral de unidad con el grupo. Este sentimiento está basado en unas fronteras inusualmente porosas y altamente permeables entre el yo personal y social que hace que el comportamiento esté guiado por el bien del grupo. Estas personas sólo consideran como individuos a miembros de su propio grupo y reduce sus relaciones sociales a ellos. Swann y sus colaboradores puede medir incluso la fusión de la identidad con un pequeño cuestionario compuesto por siete preguntas (Ver la Figura 1) o de forma gráfica señalando qué representación gráfica refleja mejor su relación con el grupo (Ver la figura 2).

Las investigaciones de Swann y su grupo han llegado a identificar cuatro principios que rigen la fusión de la identidad. El primer principio es el de la activación, la fusión produce respuestas viscerales y gran activación emocional que ayuda a pasar a la acción en favor del grupo. El segundo es el de la sinergia, las personas fusionadas sólo se relacionan con miembros de su grupo con lo que se fortalece la fusión. El tercero es el vínculo de la relación, por lo que se comprueba que una persona fusionada está dispuesta a sacrificarse por el grupo. Y finalmente, el principio de la irrevocabilidad, es decir, una vez que alguien se fusionado, permanecerá fusionado para siempre.

No es de extrañar, a la vista de los resultados de los estudios de este grupo, que la fusión de identidad se haya relacionado con conductas extremas, como la de las personas captadas por sectas, la de los terroristas suicidas y la de persones que intentan masacrar a personas de un grupo minoritario concreto.
Autoanclaje, o la proyección de características personales.
Según la idea de la fusión grupal, a medida que las personas llegan a percibirse a sí mismas como intercambiables con cualquier otro miembro del grupo, su yo privado se diluye y despersonaliza. Parece que haya una oposición entre ser seguidor del grupo, lo que se diría un borrego que sigue al rebaño, y ser una persona con individual que se distingue del resto y no comparte sus rasgos con nadie más, es único.
Sin embargo, también existe el proceso contrario al autoestereotipado, que se llama la proyección social o autoanclaje. Y esto se ha evidenciado gracias a Mara Cadinu, que es una psicóloga italiana que realizó su tesis doctoral sobre el autoanclaje en la Universidad de Oregón (Estados Unidos) bajo la dirección de Myron Rothbart y publicó sus resultados en 1996 (6). La idea de Cadinu era que en el caso del paradigma del grupo mínimo (recordemos, cuando los grupos se forman de manera casual) ocurren tres cosas: Primero, la gente tiende a tener creencias favorables sobre sí mismos; Segundo, infieren las características del endogrupo a partir de las características positivas propias; y Tercero, a partir de la proyección de lo personal en el endogrupo éste es considerado favorablemente y, por principio de diferenciación, el exogrupo será considerado menos favorablemente.
Demostró este proceso en dos experimentos muy bien diseñados en el que participaron 118 y 112 estudiantes de ambos géneros. Simplificando mucho el procedimiento, se enseñaban diferentes cuadros a los participantes y se les pedía que dijeran si les gustaban o no, después de esto se les comunicaba que en virtud de sus respuestas resultaban que preferían el estilo del pintor Cooper (a otro grupo se les decía que preferían a Thompson y a un tercer grupo, control, que no tenían un preferencia definida) y se les proporcionaba una lista de características psicológicas que caracterizaban a los que les gustaba Cooper, también se les pedía que se evaluasen ellos mismos en función de esas características psicológicas. Naturalmente todo era falso, no existían ni los pintores Cooper, ni Thompson y las características psicológicas de ambos grupos se habían diseñado al azar. A pesar de todo, los participantes se creyeron pertenecían al grupo de admiradores de un pintor y, cuando tuvieron que evaluar y distinguir entre los que preferían a Thomson o a Cooper, puntuaron mejor a los de su propio grupo. Pero lo más importante fue que demostró que la tendencia a generalizar las características psicológicas propias al endogrupo era el doble de grande que la generalización de la información del endogrupo a las características psicológicas propias.
Veamos esto en un ejemplo de grupo natural, no artificial, pensemos en un habitante de Villaabajo que cree que es mejor que Villaarriba, aunque las diferencias entre estos dos pueblos vecinos sean mínimas, esta persona se puede considerar a sí misma como amistosa, trabajadora y limpia, por lo que tenderá a pensar que los de su pueblo son más amistosos trabajadores y limpios que los del pueblo de al lado. Esto es el mecanismo del autoanclaje.
El autoanclaje era conocido desde los estudios de Tajfel puesto que se reconocía que también existe un proceso de identificar el endogupo con las características personales, de abajo hacia arriba, pero se pensaba que cuando se prefería y sobrevaloraba el grupo propio era porque servía para mejorar la autoestima. Cadinu y Rothbart demostraron que era posible lo contrario, o sea que la autoestima de una persona sirve para que se sobrevalore al endogrupo.
El autoanclaje como forma de identificarse con el grupo.
Ruth van Veelen, junto con Sabine Otten y Nina Hansen, todas de la Universidad de Groningen (Países Bajos), dieron un paso más en el conocimiento del autoanclaje, no solamente supusieron que las características personales sirven para diferenciar entre grupos y apreciar el propio, sino que el autoanclaje también genera identificación social, igual que el autoestereotipado. Este grupo, ya ha publicado diversos estudios demostrando este efecto, el primero de ellos se realizó con estudiantes de Psicología, demostrando que los estudiantes que se identifican más con los psicólogos son los que creen que los valores de este grupo coinciden son sus valores personales, no porque crean que ellos encajan en el estereotipo de psicólogo (7).
Para ilustrar esto, imaginemos a Mark, un recién llegado a una compañía. Se considera creativo y debido a que Mark no está familiarizado, aún, con la organización, crea un vínculo mental con la organización generalizando su yo creativo al grupo. Esto resulta en superposición entre el yo y el endogrupo, de modo que Mark ve la organización como creativa también. Así, la percepción de que “el grupo es como yo” forma una importante pieza adicional del rompecabezas para comprender cómo las personas se identifican con los grupos.

Un Modelo integrador de la identificación social
En 2016, Ruth van Veleen, que entonces se había trasladado a la Universidad de Twente (Países bajos), junto a sus dos colaboradoras que continuaban en la Universidad de Groningen y con Mara Cadinu que, a su vez, se había trasladado a la Universidad de Padua (Italia), publicaron un artículo presentado su Modelo Integrador de la Identificación Social (8). La idea básica es simple, y tremendamente inteligente, la identificación social es el resultado tanto del autoestereotipado y como del autoanclaje. Se trata de una especie de equilibrio entre dos mecanismos opuestos: el “soy como mi grupo” y el “mi grupo es como yo”. Este modelo no ofrece una contraposición entre el yo privado y el yo público, sino que considera que el yo resulta de la superposición del privado y del colectivo, en ocasiones puede preponderar más el uno que el otro y en otras ocasiones será al revés.
Las defensoras de este modelo han podido identificar, escudriñando en la literatura, los factores que moderan estos dos mecanismos y han visto que el autoestereotipado depende de factores del contexto social y el autoanclaje depende más de las diferencias individuales (Ver la figura 3).

Por ejemplo, la claridad del grupo es un moderador del autoesterotipado. Cuanto más definido esté el grupo con estereotipos claros y reconocibles, más potente será el mecanismo de identificación de arriba hacia abajo.
El tiempo de pertenencia al grupo también modera el autoestereotipado. Para los recién llegados a un grupo los procesos de abajo hacia arriba son más fuertes que de arriba abajo que, con el paso del tiempo, se van consolidando.
El estatus dentro del grupo (Minority/Majority) también es importante. Las personas que tienen una posición inferior en un grupo, por tener un estatus social más bajo, menor poder sobre recursos o pertenecer a un subgrupo ser numéricamente pequeño, se aferran más al autoestereotipado para proteger su autoestima en comparación con las personas con estatus más alto.
El autoanclaje depende de diferencias individuales relacionadas la capacidad de estructurar la experiencia, la autoestima y la forma de generar expectativas. En general las personas con más capacidad y necesidad para comprender y estructurar sus experiencias (estructura cognitiva), las personas con mayor autoestima y las que basan sus expectativas en su propios valores y metas (self construal) tienden más a identificarse mediante el autoanclaje. Este modelo resuelve un problema significativo de la identificación grupal, que es explicar por qué dentro del mismo grupo puede haber visiones diferentes del conjunto. Por ejemplo, si peguntas a franceses sobre qué es Francia para ellos, es muy posible que haya una gran diversidad de opiniones. Para algunos, Francia será el país del buen vino y del buen queso. Para otros el país de la libertad o el de la ciencia y tecnología. Y así podríamos continuar. Como propugna este Modelo Integrador de la identificación Social, existe un grupo reconocible: Francia, con su estereotipo, pero con el que cada uno de sus miembros se vincula de forma diferente y personal (con su autoanclaje).
Conclusión
En resumen, el Modelo Integrador de la Identificación Social, contempla dos mecanismos, el autoestereotipado y el autoanclaje que son opuestos pero que llevan los dos a la identificación social.
Esta teoría es muy sugerente, aunque necesita mucho más fundamento empírico y más investigación para consolidarse. Quedan muchos interrogantes abiertos, por ejemplo ¿Cómo influye diferencialmente el autoestereotipado y el autoanclaje en la cohesión y la eficacia de los grupos?
Una importante generación de psicólogos de la segunda mitad del siglo veinte miraron a los grupos con desconfianza porque los grupos podrían anular al individuo y por tanto a la discrepancia y los valores minoritarios. Pero los psicólogos del siglo XXI han visto que la eficacia para conseguir objetivos depende del trabajo en grupo, que el bienestar psicológico de las personas depende de apoyo social de su grupo de referencia, por citar dos funciones esenciales.
El Modelo Integrador de la Identificación Social da unas pistas para ver los grupos con una nueva mirada, necesitamos al grupo, pero no al estereotipo, necesitamos al grupo, siempre que no sea en exclusiva y se puedan compartir grupos y finalmente necesitamos grupos abiertos a las aportaciones de sus miembros.

Precisamente, podríamos dejar de ver la reafirmación de la individualidad como contrapuesto a la afirmación del grupo, sino que la mejor contribución de una persona a su grupo es mantener su individualidad. Con este modelo se desdibuja la oposición entre ser seguidor del grupo, como el borrego que sigue al rebaño, y ser un individuo, el borrego puede seguir el rebaño, pero balar de una forma única i personal, y con eso quizás incluso mejora el rebaño.
Agradecimientos:
Agradezco a Adolf Tobeña, catedrático emérito del departamento de Psiquiatría y Medicina Legal de la Universidad Autónoma de Barcelona, sus sugestivas ideas e informaciones útiles que me han ayudado a escribir este texto.
Notas
1.- Henri Tajfel nació en 1919 en Polonia en el seno de una familia judía. Se trasladó a París para estudiar química y ahí le pilló el estallido de la II Guerra Mundial, se enroló en el ejército francés y fue hecho prisionero. Entonces mintió diciendo que era judío francés, el manifestó que si hubiese dicho que era judío polaco hubiese sido ejecutado. Posteriormente manifestó, en más de una ocasión, la profunda zozobra que le perseguía el hecho de saber que su vida pendía, no de sus propias acciones y de lo que era él, sino del grupo al que se le asignaba. Al acabar la guerra descubrió que toda su familia de Polonia había sido asesinada. Después de la guerra se trabajó en organizaciones humanitarias destinas a reubicar a niños judíos huérfanos. Se trasladó al Reino Unido y empezó a estudiar Psicología ya de mayor. Sus primeros trabajos sobre el prejuicio social fueron publicados cuando era profesor de la Universidad de Oxford, y luego, en 1967, ganó una cátedra en la Universidad de Bristol en donde impulsó un centro de investigación de gran importancia, desarrolló el paradigma del grupo mínimo y promocionó el desarrollo de la Psicología Social Europea. Las investigaciones de Tajfel están, sin duda, influidas por sus experiencias de juventud, pero su punto de vista difirió del de otros investigadores de su generación como Adorno que desde California estudiaba la personalidad autoritaria, como explicación del origen de la violencia contra minorías. Tajfel defendía que el origen de la violencia no estaba en la personalidad de los violentos, sino en la presión del grupo social.
El libro que contiene sus investigaciones y su punto de vista es: Tajfel, H. (1981). Human Groups and Social Categories. Cambridge University Press, Cambridge. (Existe una versión en castellano publicada por Herder, que se puede conseguir de segunda mano).
Se puede leer la biografía de Henri Tajfel la web Jew Age: https://www.jewage.org/wiki/he/Article:Henri_Tajfel_-_Biography
O también en la web de la European Association of Social Psychology (https://www.easp.eu/?)
2.- Pablo Malo en su libro “Los peligros de la moralidad” (Ediciones Deusto, 2021) explica, en su capítulo 4 la génesis de la dinámica “ellos/nosotros” dentro de un grupo, desarrollando, desde el punto de vista de la Psicología Evolucionista, las ideas de John Tooby de la Universidad de Harvard (Estados unidos) sobre la psicología de las coaliciones.
3.- El psicólogo que lideró el desarrollo de esta teoría fue John Charles Turner (fallecido en 2011) que fue posiblemente el discípulo más destacado de Henri Tajfel, se puede examinar en estas dos obras cruciales para el campo de la categorización social:
Turner, J. C., Hogg, M. A., Oakes, P. J., Reicher, S. D., & Wetherell, M. S. (1987). Rediscovering the social group: A self-categorization theory. Editorial: Basil Blackwell.
Turner, J. C., Oakes, P. J., Haslam, S. A., & McGarty, C. (1994). Self and collective: Cognition and social context. Personality and Social Psychology Bulletin, 20(5), 454–463.
4.- Marilynn B. Brewer, de la Universidad de California en Los Ángeles (Estados Unidos), ha estudiado cómo las personas lidian con distinción entre su yo privado y su yo colectivo, se puede ver una panorámica de su trabajo en:
Brewer MB. The Social Self: On Being the Same and Different at the Same Time. Personality and Social Psychology Bulletin. 1991;17(5):475-482. doi:10.1177/0146167291175001
5.- La teoría de la Fusión de la identidad, sus métodos de medida y la evidencia empírica a su favor está explicada en este artículo: Swann WB, Jetten J, Gómez A, Whitehouse H, Bastian B. When group membership gets personal: a theory of identity fusion. Psychol Rev. 2012 Jul;119(3):441-56. doi: 10.1037/a0028589. Epub 2012 May 28. PMID: 22642548.
6.- El artículo donde se explica la tesis es este: Cadinu, M., & Rothbart, M. (1996). Self-anchoring and differentiation processes in the minimal group setting. Journal of personality and social psychology, 70 4, 661-77.
7.- Aquí se pueden ver algunos de los trabajos de este grupo:
van Veelen, R., Otten, S., & Hansen, N. (2011). Linking self and ingroup: Self‐anchoring as distinctive cognitive route to social identification. European Journal of Social Psychology, 41(5), 628-637.
van Veelen, R., Hansen, N. and Otten, S. (2014), Newcomers’ cognitive development of social identification: A cross-sectional and longitudinal analysis of self-anchoring and self-stereotyping. Br. J. Soc. Psychol., 53: 281-298. https://doi.org/10.1111/bjso.12038
van Veelen, R., Otten, S. and Hansen, N. (2013), Social identification when an in-group identity is unclear: The role of self-anchoring and self-stereotyping. British Journal of Social Psychology, 52: 543-562. https://doi.org/10.1111/j.2044-8309.2012.02110.x
8.- El artículo donde se expone este modelo es:
van Veelen R, Otten S, Cadinu M, Hansen N. An Integrative Model of Social Identification: Self-Stereotyping and Self-Anchoring as Two Cognitive Pathways. Personality and Social Psychology Review. 2016;20(1):3-26. doi:10.1177/1088868315576642
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