Si soy culpable, que me juzgue un jurado, si soy inocente que me juzgue un juez, yo no he podido averiguar de quién es esa frase, pero es un aforismo repetido hasta la saciedad. Lo que viene a decir es que una jueza o un juez profesional son profesionales entrenados para juzgar los hechos en sí mismos en arreglo a unas normas sin dejarse llevar por prejuicios, simpatías, antipatías o subjetividades. Hay quien puede poner en duda esta imparcialidad, pero lo cierto es que el sistema judicial en los estados democráticos trabaja para que la imparcialidad sea una realidad.
En cambio, en el caso de los jurados populares es más probable que sus veredictos se vean influidos por diferentes tipos de sesgos y prejuicios. En realidad, las personas tienden a juzgar y compararse con el resto de la gente continuamente (He hablado de esto en otra entradas de este blog: ¿Por qué son odiosas las comparaciones?), y en la vida cotidiana, a diferencia de lo que ocurre en un juicio, no se juzga a las personas por sus actos, sino que al contrario juzgamos los actos según las personas que los realizan, la ley del embudo en estado puro. Voy a intentar explicarlo
Juzgar la moralidad de los otros
La investigación psicológica, basada en evidencias empíricas, muestra claramente que la información sobre la moralidad de alguien, lo que diríamos “ser buena persona”, es lo que más pesa más en la impresión general que nos formamos de esa persona, por encima de la inteligencia, la capacidad o la sociabilidad. Es más, la información sobre la moralidad de una persona es vista como el mejor predictor de sus actos. Aunque, naturalmente, hay grandes diferencias individuales en cuanto al grado de honradez de las personas y, por otra parte, también hay grandes diferencias culturales sobre lo que se considera bueno o malo (1).
Visto lo visto, surge la pregunta de cómo distinguimos a una buena persona. Si fuésemos racionales, podríamos parafrasear a Forrest Gump y decir que los buenos son los que hacen cosas buenas, pero resulta que no es exactamente así. Los experimentos y estudios realizados por los psicólogos sociales, nos dan una respuesta hasta cierto punto desalentadora; en realidad juzgamos la bondad de las personas en función de su estatus social, su religión, su cultura, su identidad sexual y, por supuesto, por su aspecto físico. Pero también depende de factores ambientales producidos en el momento de juzgar a otro, el estado de ánimo, que haya mal olor o perfumes agradables o que haga demasiado frío o calor influyen en los juicios que se hacen sobre la moralidad de otras personas (2).
Pero, sin duda, el factor estrella que determina que juzguemos a alguien como buena persona, es la cercanía física, psíquica o social entre la persona que juzga y la persona juzgada. Las personas de mi familia, de mi círculo, de mi país, de mi ideología o de mi religión son juzgados más benevolentemente que los otros (3).
Es importante darse cuenta de que, en realidad cuando juzgamos a otras personas o a sus actos, muchas veces juzgamos más sus intenciones que el acto en sí. Exoneramos de censura moral a las personas que se han saltado alguna norma porque no creemos que hubiese querido hacer daño a nadie, ni que hubiese pretendido conseguir un beneficio propio; sino que interpretamos que su intención era proteger o beneficiar a otra persona o, bien, ser leal al grupo. Es por eso por lo que, si un perro muerde a una persona, o un niño pequeño rompe un jarrón no se le atribuye maldad porque se les juzga incapaces de tener “mala intención”, es decir tener voluntad de morder o de romper (4).
En definitiva, como dijo Naomí Ellervenes y sus colaboradores en la revisión que hemos citado: “la moralidad de otros individuos y grupos está en gran medida en el ojo del espectador”
La impunidad moral: cuando los buenos hacen cosas malas
Algunas personas, cuando ya han realizado ciertos actos que le proporcionan una buena reputación moral, se creen con derecho a infringir algunas normas morales puesto que asumen que sus primeros actos le proporcionan una especie de licencia moral, es como otorgar impunidad. Por ejemplo, personas que han contratado a personas pertenecientes a alguna minoría se creen por ello, con derecho a poder expresar prejuicios o sesgos hacia esa minoría (5). La licencia moral no es algo que la gente se la otorgue a sí mismo solamente, sino que también se produce socialmente, si vemos a una persona que ha realizado un acto moralmente loable, después le podemos perdonar pequeñas, o no tan pequeñas, transgresiones morales.
Esto nos indica que las personas consideradas “buenas” pueden hacer cosas malas de veces en cuando y seguir siendo consideradas buenas y, lo que es más importante, seguir considerándose a sí mismas como buenas.
A veces, cuando alguien consigue un beneficio saltándose alguna regla moral, engañando, estafando y robando, puede experimentar una emoción de satisfacción, como orgullo arrogante. Estas emociones malvadas, existen, sin duda, pero no son tan frecuentes cómo nos ha acostumbrado la literatura, los cómics, las películas, las series y la ficción en general. En realidad, lo más frecuente es que cuando las personas cometen transgresiones de sus principios morales, se sientan mal y hagan algo para reducir este sentimiento. Las maniobras mentales más frecuentes son devaluar la importancia de la norma rota, considerar que la falta es algo anecdótico o excepcional, o que otros también lo hacen e incluso que los otros son peores (6). Naturalmente, que a veces estas maniobras de autojustificación son algo burdas por lo que cuando alguien en lugar de pedir perdón se auto-justifica, está en realidad haciendo una confesión en toda regla.
En este punto, además, se produce una paradoja, cuando más convicciones morales tenga una persona peor se siente por sus faltas y por lo tanto más interés tiene en compensar, disimular o justificarlas, en cambio personas con menos convicciones morales puede hablar con más franqueza de sus faltas sin intentar disimularlas o taparlas, no mienten tanto.
En resumen, la investigación sobre el comportamiento moral demuestra que las personas pueden estar muy motivadas para comportarse moralmente. Pero eso no quiere decir que siempre lo consigan y, consecuentemente, se gasta mucho esfuerzo en mantener la buena reputación, tanto de cara a la galería, como de cara a uno mismo.
El punto de inflexión: hasta cuando aguantamos antes de cambiar de opinión
De momento hemos visto que primero juzgamos a las personas y luego consideramos que los “buenos” hacen “cosas buenas” y los “malos” hacen “cosas malas”. Pero parece ser que, en realidad, la mayoría de la gente transgrede las reglas de tanto en tanto, aunque, si nos caen bien, tendemos a disculparles.
Pero todo tiene un límite. Las personas pueden ser algo ingenuas, pero no totalmente estúpidas y se llega a un momento en el que ya sea por la reiteración de pequeñas faltas o por cometer una falta grave y notoria, se deja de disculpar al infractor. A esto se le llama el punto de inflexión, que es el momento en el que se pasa de considerar buena a una persona a considerarla mala.
Cuando se pasa del punto de inflexión moral, ocurren algunos fenómenos psicológicos que nos revelan la forma que tenemos de vivir y relacionarnos en comunidad. El cambio más prominente ante el reconocimiento de un hecho malvado es el recogido en la falacia del auténtico escocés, que fue descrita por el filósofo inglés Antony Flew en 1975. Y es como sigue:
Ningún auténtico escocés
El señor Hamish McDonald, un escocés de la cabeza a los pies, leyó en el Glasgow Morning Herald un artículo acerca del ‘Maníaco sexual de Brighton”. El señor Hamish se estremeció con esa noticia, pero acto seguido dijo: «ningún escocés haría algo semejante» y se sosegó. Pero al día siguiente leyó en el «Glasgow Morning Herald» que un hombre de Aberdeen había cometido unos crímenes más atroces que el maníaco de Brighton, con ello quedaba demostrado que la opinión del día anterior no era cierta. Pero el Sr Hamis McDonald no se arredró y declaró sin inmutarse que «Ningún escocés “auténtico” haría una cosa semejante» (7).
Es decir, antes hemos visto que cuanto una persona es más cercana y similar a uno mismo, es más fácil considerarla buena persona, pero que cuando una persona así se revela como claramente malvada, se le expulsa mental o realmente del grupo. Ejemplos: “Ya no te considero mi hermano” o “Ese señor ya no pertenece al partido” o “no es un auténtico creyente”
Cuando se trata de delitos claros no hay duda de que se produce una inflexión radical y se pasa de ser considerado ángel a ser demonio. Pero ¿Qué pasa con las pequeñas acciones cotidianas? ¿Qué cantidad de evidencia acumulada necesitamos para cambiar la opinión sobre alguien? Nadav Klein y Ed O’Brien de la Universidad de Chicago en Estado Unidos (8) se plantearon esta pregunta y llevaron a cabo una serie de curiosos y meticulosos experimentos con el objetivo de contestar a esta pregunta.
Estos experimentos consistieron en presentar a diversos grupos de personas (eran trabajadores de una gran empresa) diferentes escenarios de casos para que juzguen si una persona ha cambiado y ha pasado de ser honesta y colaboradora a hosca y egoísta, o al revés. En unos casos, se explicaba que una persona que comenzaba a comportarse mejor y, en otros casos, que empezaba a comportarse mal. O, por el contrario, en otros escenarios se planteaba que una persona dejaba de comportarse bien o dejaba de comportarse mal. Los escenarios presentaban todas las combinaciones posibilidades para poder compararlas y llegar a conclusiones sólidas. En todo caso se intentaba averiguar cuánto tiempo se esperaba antes de considerar que la persona había cambiado.
Los resultados indicaron que cuando una persona empieza a comportarse mal, en una semana se puede llegar al punto de inflexión, pero para pasar a ser considerado buena persona se puede tardar hasta un mes. Este diferente rasero que es una manifestación del conocido sesgo negativo (del cual hemos hablado en otra entrada de este blog),
Cuando se trata de dejar de comportarse mal o dejar de comportarse bien, se da el mismo sesgo, pero con lapsos de tiempo más largos, se llega al punto de inflexión más lentamente. Cuesta más identificar un cambio de conducta cuando se trata de dejar de hacer algo, que un cambio de conducta que consiste en hacer algo.
Estos resultados no son sorprendentes, pero son importantes. No nos sorprende que se sea más rigurosos en juzgar las malas acciones que las buenas, pero la importancia de esta investigación es que es un trabajo experimental en que se han controlado e igualado los diferentes factores que influyen en el juicio moral y se ha demostrado que es un efecto independiente de otros factores y que afecta a todos los participantes. Generalmente se tiene la sensación de que las otras personas hacen juicios sesgados pero que uno mismo es más ecuánime. Este estudio demuestra que se tiene un punto de inflexión para lo negativo diferente que, para lo positivo, aunque no seamos conscientes de ello.
Con estos resultados llegamos a dos conclusiones, la primera es que la mayoría de las personas que consideramos buenas es muy probable que realmente lo sean, aunque posiblemente haya una minoría que nos pueda engañar, especialmente si son personas muy cercanas. Pero la segunda conclusión es que bastantes personas que consideramos malas, en realidad posiblemente no lo sean tanto como nos parece y esto sea el resultado de habernos precipitado en juzgarlas.
Conclusiones
Una primera impresión que se puede sacar de lo expuesto es que las personas utilizamos la ley del embudo cuando se trata de juzgar la moralidad de las personas que nos rodean. Juzgamos más morales a las personas más cercanas y juzgamos sus actos como buenos o malos, según convenga.
Pero estos resultados no nos debieran llevar al cinismo. Sólo nos dicen que somos muy subjetivos y precipitados en nuestros juicios. Pero estos datos también nos dicen que la moralidad y la honradez es importante para la mayoría de las personas. La moralidad, en el sentido de hacer el bien, se considera algo esencial y queremos ser moralmente justos y nos avergonzamos cuando no los somos e intentamos disimularlo. También intentamos separar y aislar a las personas consideradas malvadas.
Afortunadamente, tenemos dos principios que no pueden proteger de usar la ley del embudo indiscriminadamente y son los siguientes:
- Juzgar los actos en sí mismos, no a las personas. Se debería juzgar las acciones en sí mismos, si son moralmente aceptables o no en cada contexto y situación, independientemente de quien las realice. Las personas no son moralmente buenas o malas de forma integral. Un hecho puede ser censurable, aunque sea la única falta cometida por esa persona y, por el contrario, si una persona deshonesta hace algo correcto se tiene también que reconocer.
- No precipitarse y revisar las primeras impresiones. Es importante demorar los juicios hasta tener toda la información relevante y no dejarse llevar por juicios precipitados. Estar abiertos a cambiar de opinión si hay nuevos datos y, siempre ,estar dispuesto a revisar las creencias propias.
Notas.
1.- Naomi Ellermens de la Universidad de Utretch (Países Bajos), junto con otros colaboradores de la Universidad de Leiden, también en los Países Bajos y la de Mannheim en Alemania, publicaron en 2019 una titánica revisión de toda la investigación científica de base empírica en Psicología de la moralidad realizada entre 1940 y 2017. La mayor parde de los datos expuestos en esta entrada están extraídos de fuentes primarias identificadas a partir de esta revisión. El artículo es éste: Ellemers, N., van der Toorn, J., Paunov, Y., & van Leeuwen, T. (2019). The Psychology of Morality: A Review and Analysis of Empirical Studies Published From 1940 Through 2017. Personality and Social Psychology Review, 23(4), 332–366. https://doi.org/10.1177/1088868318811759
2.- Vuelvo a remitirme a la revisión anterior, todas y cada una de las afirmaciones que se hacen sobre cómo se juzga moralmente a los otros, corresponden a uno o a varios estudios científicos que lo han comprobado empíricamente.
3.- Se puede consultar, sobre este punto el siguiente artículo: Haidt, J., Rosenberg, E., & Hom, H. (2003). Differentiating diversities: Moral diversity is not like other kinds. Journal of Applied Social Psychology, 33, 1-36, entre infinidad de artículos que abundan en la misma idea (También se trata este punto en otra entrada de este blog: La identificación con el grupo y el borrego que mejoró el rebaño)
4.- Se puede ver: Inbar, Y., Pizarro, D. A., & Cushman, F. (2012). Benefiting from misfortune: When harmless actions are judged to be morally blameworthy. Personality and Social Psychology Bulletin, 38, 52-62 o Greitemeyer, T., & Weiner, B. (2008). Asymmetrical effects of reward and punishment on attributions of morality. The Journal of Social Psychology, 148, 407-422, entre muchos otros.
5.- Ver. Kouchaki, M. (2011). Vicarious moral licensing: The influence of others’ past moral actions on moral behavior. Journal of Personality and Social Psychology, 101, 702-715.
6.- Ver el importante e influyente artículo Bandura, A., Barbaranelli, C., Caprara, G. V., & Pastorelli, C. (1996). Mechanisms of moral disengagement in the exercise of moral agency. Journal of Personality and Social Psychology, 71, 364-374. Esta devaluación de la norma después de haberla dejado de cumplir identificada por Albert Bandura y sus colaboradores, parece un claro ejemplo de reducción de la disonancia cognitiva teoría de Leon Festinger. Ver: Festinger, L. (1957). A Theory of Cognitive Dissonance. Stanford, CA: Stanford University Press.
7.- La falacia del auténtico escocés fue descrita por el filósofo inglés Anthony Flew en un libro titulado Thinking about Thinking, publicado en 1975. En su versión original la denominación de esta falacia es No true scotsman, que es bastante sonora. Hay que aclarar que Brighton es una localidad costera del sur de Inglaterra, en donde ha aparecido algo así como turismo de playa con estilo británico. Brighton es una ciudad de diversión que contrasta con la recia y severa Aberdeen situada en la costa este de Escocia en la que en pleno agosto bañarse en la playa es una heroicidad debido a la temperatura del agua. Quizás le pueda interesar al lector saber que hay una pequeña broma en la forma de exponer esta falacia, porque Flew que, aunque inglés, dio clases en al Universidad de Aberdeen en Escocia y con toda seguridad sabía que en la cultura popular escocesa un «auténtico, auténtico escocés» es un hombre que viste el famoso kilt, la falda masculina, sin llevar ropa interior debajo.
8.- El artículo que contiene la explicación completa de esta investigación es éste: Klein, N., & O’Brien, E. (2016). The tipping point of moral change: When do good and bad acts make good and bad actors? Social Cognition, 34(2), 149–166. https://doi.org/10.1521/soco.2016.34.2.149
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