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Salud mental: ¿Víctimas del Estigma o Falta de actitud?

Afortunadamente, cada vez hay más voces que se levantan contra el estigma de la enfermedad mental, luchando contra falsas ideas como que las personas con enfermedad mental no pueden conservar un empleo, que son peligrosas o que ellas mismas son las causantes de sus problemas por no tener una actitud adecuada. Estas generalidades no tienen base científica y dan lugar a la discriminación y exclusión de los enfermos mentales.

La enfermedad mental son conductas, ideas y emociones fuera de control.

Muchas veces personas con trastornos mentales tienen que oír cosas como «pon de tu parte», «supéralo» o «no busques excusas». Estos comentarios son especialmente dolorosos porque culpabilizan a las personas con enfermedad mental de su sufrimiento y dan a entender que han decidido voluntariamente tener el trastorno, por lo que superarlo también es una cuestión de voluntad.

Este prejuicio parte de un punto de vista que ignora los conocimientos de la Psicología y atribuye la conducta de las personas a hechos internos como si en nuestra cabeza hubiese unas personitas que manejan el panel de control de nuestro cuerpo y que analizan la información y deciden qué hacer. Es como se tuviese una «mente» dentro del cerebro que tiene ideas y propósitos propios y que puede ser fuerte o caprichosa, malvada o ingenua. La voluntad de la mente controlaría los actos de la persona y, por lo tanto, los trastornos mentales serían el producto de los errores o debilidades de la mente.

La verdad es que no funcionamos de esta manera, nuestra mente no está dentro de nuestro cerebro, sino en nuestras interacciones con el entorno. No hay personitas deliberando dentro de la mente como en un gabinete secreto. En realidad nuestras conductas, ideas y emociones son producto de las experiencias que se tienen a lo largo de la vida, especialmente de las interacciones con otras personas. El cerebro es el órgano que controla estas interacciones con el entorno, este órgano se forma como expresión de nuestra herencia genética pero se desarrolla y modifica profundamente con la estimulación recibida a lo largo de la vida. Un cerebro sin estimulación, ni se podría desarrollar, ni podría funcionar con normalidad.

No se puede decir que los problemas de salud mental sean el resultado de la mente de cada persona, nadie elige sufrir. El análisis de los factores que influyen en los problemas de salud mental nos muestran cómo nuestro entorno familiar, social, educativo y laboral junto con las experiencias vividas y en combinación con predisposiciones genéticas llevan a comportamientos problemáticos pero que están fuera del control consciente de cada persona.

Por ejemplo, las emociones son reacciones involuntarias ante situaciones o pensamientos con una fuerte carga afectiva, uno no decide enfadarse o dejar de estar triste, eso no es posible. Las emociones explotan ante una situación concreta, como resultado del conjunto de experiencias previas vividas en situaciones similares. Por esto no tiene sentido decir a una persona alterada cosas como «cálmate» o «no te enfades» eso no está bajo su control. En cambio sí que se puede decir «cuenta hasta tres», «vamos a dar un paseo» o «respira poco a poco y cuéntame», porque estos comportamientos son controlables.

Otras vez aparecen hábitos condicionados, como es el caso de personas con un largo historial de abuso de alcohol que llega un momento del síndrome de abstinencia o de la simple visión de una bebida con alcohol no puede resistirse voluntariamente al impulso de beber.

En ocasiones los comportamientos, ideas o emociones responden a una interpretación distorsionada, o directamente errónea, de la realidad. Esta percepción del entorno y de los demás es un proceso automático, inconsciente si se quiere, que tampoco está bajo el control de la persona por lo que la enfermedad mental consiste en conductas que son coherentes con la percepción de la realidad, pero que son desadaptativas prota esta percepción está alterada.

En esencia, las intervenciones psicológicas son un proceso de liberación personal. En realidad los terapuetas no dicen a los pacientes lo que deben hacer, sino que proporcionan un entorno tranquilo y seguro, en el que se le acepta, para poder cambiar su conducta, sus ideas y sus emociones, poco a poco, sin estar presionados por las emociones del momento, por impulsos urgentes, ni por tergiversaciones de la realidad. Aunque los métodos terapéuticos pueden ser muy diferentes y cada trastorno tiene su enfoque concreto, las intervenciones psicológicas tienen el objetivo común de ganar control sobre la vida propia.

¿Enfermedad, trastorno o patología mental? Palabras para discriminar o para integrar.

Tradicionalmente a los psicólogos no les ha gustado hablar de enfermedad mental, sino más bien de trastornos mentales. De hecho en la clasificación internacional de enfermedades (CIE) de la Organización Mundial de la Salud dedica su quinto capítulo a los trastornos mentales y del comportamiento. Es decir que oficialmente no existen las enfermedades mentales. Precisamente se llama trastorno porque se trata de problemas del comportamiento, de las emociones o de las ideas, pero eso no supone que el órgano, el cerebro, esté alterado. En cambio el capítulo 6 de la CIE se recogen las enfermedades del sistema nervioso entre las que se puede encontrar enfermedades como la de Parkinson o las epilepsias, en las que hay una alteración orgánica del cerebro. Eso no quiere decir que haya ocasiones en las que haya a la vez un deterioro físico del cerebro y trastornos del comportamiento, como pasa en las enfermedades degenerativas.

Pero a pesar que los profesionales huyen de hablar de enfermedad mental hay asociaciones y afectados que reivindican la enfermedad mental, que no tienen reparo en reconocer que se padece una enfermedad mental. Por ejemplo, en el caso de las personas con adicción al alcohol, denominar «enfermedad» a su conducta de abuso crónico de ingesta de alcohol, en realidad es un alivio porque les exonera de verse a sí mismo como personas culpables de un vicio y es un primer paso para conseguir alejarse del alcohol. De la misma manera, cuando se clasifica el estrés o el burnout como enfermedad laboral, se consigue un beneficio para los trabajadores porque se reconoce que el problema de salud mental está producido por las condiciones laborales. Ni el estrés, ni el abuso del alcohol son enfermedades, son trastornos emocionales y del comportamiento, pero el uso del término enfermedad como metáfora es es útil porque es una forma de decir que las personas con trastornos mentales tiene derecho a recibir la misma atención y respeto que las personas con cualquiera otra enfermedad. Cuando una persona se identifica a sí misma como enferma mental, dada la carga de estigma que tiene esas palabras, le da más fuerza a su declaración, más valentía.

Responsabilidad individual.

Dado que los trastornos mentales son consecuencia de las experiencias de cada persona que determinan comportamientos, ideas y emociones desadaptativos que no pueden controlar, es importante que las personas con estos trastornos sean atendidas como enfermos y no se les culpabilice, ni se les discrimine por tener un trastorno o enfermedad mental.

Pero las personas con trastornos mentales no pueden ser pasivas respecto su problema, no son responsables de su aparición, pero se deben responsabilizar de su curación, en la medida que les sea posible. Un antibiótico, por ejemplo, tiene un efecto curativo independientemente de la voluntad del paciente, por eso se pueden hacer ensayos clínicos en el que no se sabe si se está tomando un medicamento o un placebo. Pero eso en Psicoterapia es imposible, no se puede superar un trastorno mental o del comportamiento sin que el paciente se de cuenta de que lo padece o en contra de su voluntad. Es imprescindible implicarse en la curación, por eso cuando se analizan los efectos de diversos enfoques psicoterapéuticos, los datos dicen que la confianza depositada en el terapeuta es más importante que el método empleado. Por otra parte las experiencias, ya abandonadas, de intentar tratar a las personas con enfermedades mentales de forma imperativa, sin su consentimiento expreso, han sido un completo fracaso.

El primer paso en la curación es reconocer que se tienen un problema que no puede ser resuelto por uno mismo. Este paso es muy difícil y muchas personas no se atreven a darlo, con lo que el problema se agrava. La principal razón por la que cuesta tanto reconocer el problema es el estigma de la enfermedad mental, que hace que las personas se sientan culpables o avergonzadas y crean que pueden perder el trabajo o ser socialmente rechazados. Por ello, es muy valioso que haya quien se declare enfermo mental y no tenga reparo en hacerlo público, eso ayuda a que otras personas reconozcan que tienen un problema.

El paso siguiente es pedir ayuda profesional. De hecho hay poca oferta de recursos (especialmente públicos) de asistencia a la salud mental y, también, un cierto grado de desconfianza hacia los métodos terapéuticos en una parte de los afectados. Si no se cree que hay una solución plausible al problema, será mucho más difícil reconocer se tiene. Muy posiblemente una mayor información, fiable y veraz, sobre la capacidad de atención a la salud mental facilitaría el reconocimiento del problema. Naturalmente, la ayuda tiene que ser proporcionada por profesionales sanitarios debidamente acreditados y hay que huir de las ofertas de tratamientos pseudocientíficos.

Una vez que una persona ha reconocido que tiene un problema y ha pedido ayuda profesional, se tendrá que enfrentar a un reto más difícil que es aceptar las consecuencias de su problema, una persona con trastornos mentales puede haber tomado decisiones erróneas en el pasado con consecuencias en el presente, puede haber perdido oportunidades, haber hecho sufrir a otras personas o incluso tener problemas económicos. En el proceso de recuperación, se tiene que asumir las consecuencias de estos actos. No se trata de reconocer la culpabilidad, ni de tener remordimientos por lo hecho en el pasado. Si un conductor daña el vehículo de otra persona, aunque haya sido sin querer, debe hacerse cargo de la reparación. En este caso es lo mismo, se debe dejar atrás el pasado e intentar reparar lo que se pueda, la reparación sin sentimientos de culpa es, además, extremadamente terapéutica.

Junto asumir las responsabilidades también hay que asumir las limitaciones consustanciales con el problema. Ello no significa renunciar a objetivos vitales sino que hay que perseguirlos de otra manera. Las personas con discapacidad física lo saben muy bien, que no se puede caminar no significa que se deba renunciar a hacer deporte, por ejemplo, sino que se podrá hacer pero de otra manera. En el caso de los enfermos mentales deben identificar las comportamientos y situaciones que deben evitar, pero no para recluirse sino para asegurar llevar una vida plena sin riesgos.

El último paso, es sencillamente aceptar el apoyo las personas cercanas y agradecer el apoyo de forma clara y directa. Dar las gracias a los que han estado al lado de las personas con problemas de salud mental, también es terapéutico y cierra el ciclo de la recuperación, conectándose con el entorno social.

Reconocer que se tiene una enfermedad mental es un camino duro en en el que se abandonar las culpas para asumir responsabilidades.

Conclusión

En resumen tenemos que combatir el estigma y considerar a las personas con problemas de salud mental con el mismo respeto que a personas afectadas con cualquier otra enfermedad. El cambio de visión de la enfermedad mental también tiene que incluir a los propios afectados para que abandonen la culpabilización de sus problemas, el sentirse inferiores o incapaces, la autocompasión y el estar atado al pasado. Hay que reconocer el mérito de aceptar que se tiene un problema de salud mental y esforzarse para que este reconocimiento no signifique discriminación, ni pérdida de autonomía.

3 respuestas

  1. Avatar de Sílvia

    Jordi, gràcies per aquest text tant sugerent.

    Al hilo de la lectura me han surgido dos preguntas:
    Crees que es posible hacer psicoterapia con niños/as sin que sean conscientes que presentan alguna alteración en su comportamiento?
    Una segonda pregunta: la dependencia fisiológica que caracteriza al alcolismo no le confiere status de enfermedad?

    1. Avatar de Jordi Fernández-Castro
      Jordi Fernández-Castro

      Uf! Què difícils!
      1.- No es lo mismo hablar de psicoterapia en adultos mayores de edad que en niños. Un adulto no puede recibir ningún tratamiento sanitario (ni una vacuna) sin su consentimiento. en niños es diferente, la psicoterapia puede tener forma de juego, de aprendizaje, de extra-escolar o lo que sea. En adolescentes, depende del problema y de la persona, pero claro debería tener alguna conciencia de su situación, sin sentirse ni discriminado, ni inferior.
      2.- La ingesta crónica de alcohol puede llevar a diferentes patologías, especialmente hepáticas, que son enfermedades. El síndrome de abstinencia que consiste en una serie de reacciones fisiológicas ante la retirada del alcohol, también es una patología pero transitoria. Yo me refería a otra cosa: Imagina una persona ex-alcohólica y desintoxicada (sín síndrome de abstinencia) que se vaya a vivir a una isla en la que no exista el alcohol y en la que ninguno de sus habitantes, ni siquiera conozca lo que es el alcohol. En este caso no se podría distinguir el ex-alcohólico del resto de habitantes, no se podría detectar una enfermedad. Pero si se les diera alcohol, el resto de habitantes reaccionaría con repulsión y el ex-alcohólico, querría más. Por eso digo que es un trastorno de la conducta (cómos e reacciona al entorno) y no una enfermedad.

  2. […] El malestar de las personas puede provenir de un trastorno psicológico, es decir de alguna condición genética o adquirida que le dificulta adaptarse al entorno, como en el caso de los trastornos graves que implican la incapacidad de conseguir tener un estilo de vida autónomo, de esto, en concreto, he hablado de esto en otra entrada de este blog: https://jfernandezcastro.com/?p=329 […]

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