La empatía es un sentimiento tremendamente potente que permite la solidaridad, la ayuda mutua y que las sociedades progresen moral y materialmente, pero la empatía no funciona siempre bien siempre, en cualquier momento y en cualquier situación, tiene sus límites. Vamos a ver qué es la empatía, qué tipos hay y tanto su cara amable como su su lado oscuro.

La palabra empatía fue acuñada por el psicólogo Edward B. Titchener (1867-1927), quien a principios del siglo XX unió los términos griegos en (“dentro de») y pathos (“sentimiento”) para expresar la «cualidad de sentirse dentro» de otra persona. En la actualidad, la empatía se entiende como la habilidad para comprender y compartir el estado emocional de las otras personas. Pero Titchener no pasó a la historia de la la Psicología por este detalle terminológico, sino por haber aplicado el método científico al estudio de la experiencia humana analizando los sentimientos, las ideas y lo impulsos. En realidad, durante buena parte del siglo XX la empatía no fue valorada por la Psicología científica, sino más bien vista como una buena intención, sin efectos prácticos, dado que las diferentes teorías psicológicas, en un principio, se centraron en el individuo y la satisfacción de sus propias necesidades.

El altruismo y la empatía en la evolución de las especie humana

La Psicología evolucionista propugnó, en un principio, que el cerebro humano había evolucionado para dirigir las acciones del individuo, valorando sus consecuencias y eligiendo las mejores para uno mismo, en competencia con el resto de personas. Tener en cuenta a los otros o hacer algo para los otros sería una pérdida inútil de energía y esfuerzos a menos que esta generosidad reportase una recompensa mayor en el futuro.

Pero a finales del siglo XX, se empezó a tomar en serio a la empatía al constatar que tanto personas como los animales pueden ser altruistas y generosos en determinadas circunstancias, como cuando es necesario sacrificarse para asegurar la supervivencia de otros miembros de su especie, especialmente por los más jóvenes y débiles. Las investigaciones sobre la evolución del comportamiento social de los animales llegaron a la conclusión que la cooperación entre individuos era un instrumento de supervivencia tan potente como la competencia, o más. En el caso de la especie humana, la supervivencia de los individuos depende en gran parte de la fortaleza del grupo para proteger a sus miembros, por lo que toda habilidad, como la empatía, que facilite la comunicación de las emociones y la identificación de los miembros del grupo que necesitan ayuda, será seleccionada genéticamente porque comportará una ventaja evolutiva sustancial.

En 2001, en el yacimiento de Dmanisi, en Georgia, se halló un cráneo de un homínido de 1,8 millones de años de
antigüedad que actualmente se puede ver en el Museo Estatal de Georgia en Tiblisi. Este cráneo era como el de un humano actual, pero más pequeño. El rasgo más destacable era la boca, no sólo no tenía dientes, sino que casi todos los alvéolos eran lisos, rellenos de tejido óseo que creció en los huecos hasta cubrirlos y con ello se planteaba un interrogante: ¿Cómo sobrevivió ese hombre sin dientes? Según David Lordkipanidze , uno de sus descubridores, la explicación es que le ayudaron. De ser así, esos maxilares desdentados podrían ser el testimonio de empatía en una época muy temprana de la evolución del linaje humano.

Figura 1: El cráneo fósil del homínido desdentado de hace 1,8 millones de años encontrado en el yacimiento de Dmanisi que se puede ver en el Museo Nacional de Georgia.

En los años noventa, Giacomo Rizzolatti y Corrado Sinigaglia, de la Universidad de Parma descubrieron las neuronas espejo, que son ni más ni menos que la base biológica de la empatía. Hasta entonces se pensaba que las neuronas tenían sus funciones perfectamente separadas. Por ejemplo, si un mono ve que otro mono coge comida, se suponía que las neuronas encargadas de la percepción visual captarían la acción y enviarían la información a las zonas de asociación, pero si el mono quisiera coger él mismo la comida, deberían ser otras neuronas diferentes, neuronas motoras dirigidas por las zonas asociativas de la corteza, las que se encargasen de controlar los movimientos. Por lo
tanto, se pensaba que la diferencia entre lo que hacen los otros y lo que hace uno mismo estaba perfectamente anclada en la estructura neuronal: neuronas perceptivas para ver a los otros y neuronas motoras para hacer cosas. Pero las neuronas espejo se activan cuando se realiza una acción, por ejemplo coger comida o saltar a un árbol, sin importar si es uno mismo u otro sujeto quien la realiza. Con lo que se abre la puerta a entender cuáles son las bases cerebrales que permiten que un individuo se pueda identificar con lo que hace y lo que le pasa a otro, porque cuando vemos a otra persona hacer algo, las neuronas espejo se activan como si lo estuviésemos haciendo nosotros.

Figura 2: La neuronas espejo en acción el macaco percibe que el humano saca la lengua, sacándola el mismo. cuando se imita el gesto se «conoce» el gesto. Fuente: Evolution of Neonatal Imitation. Gross L, PLoS Biology Vol. 4/9/2006, e311 doi:10.1371/journal.pbio.0040311

Por ejemplo, imaginemos un grupo viendo un partido de fútbol. Un jugador le da una patada en la rodilla a otro. Uno de los tele-espectadores se remueve en su sillón, se encoge, frunce el ceño y dice: ¡Uy, eso me ha dolido hasta a mí! Las neuronas espejo han hecho su trabajo. Cuando vemos a alguien recibir un golpe no sentimos el dolor propiamente dicho, sino que reaccionamos como si lo hubiésemos recibido nosotros mismo y a partir de experimentar las reacciones ante el golpe, podemos entender cómo se ha sentido el otro.

Falta de empatía y delincuencia

Por otra parte, la falta de empatía está en el origen de la conducta antisocial, la conducta agresiva y de muchas conductas delictivas violentas. Parece que cuando una persona se da cuenta de que su comportamiento produce dolor, daño o miedo deja de comportarse de esa manera. La empatía es, por lo tanto, un factor de protección del grupo, inhibiendo las conductas agresivas, es un un freno interno, del propio individuo, dé la violencia.

Sabemos que una buena parte de las personas que cometen crímenes violentos no son capaces de comprender perspectivas diferentes de la propia, no entienden que otras personas tengan sus propias intenciones y sentimientos y esta falta de sensibilidad ante el punto de vista ajenos, hace que no sean capaces de apreciar los efectos de su comportamiento en otras personas.

El concepto de empatía y su relación con la delincuencia también ha influido en el ámbito de la rehabilitación de personas que muestran conducta antisocial. Han proliferado los programas diseñados para aumentar la empatía de personas condenadas por delitos violentos, con el objetivo de que comprendan los sentimientos de sus víctimas, como requisito para su rehabilitación.

Las cuatro caras de la empatía: Una cosa es comprender las emociones de otro y otra cosa es compartirlas.

Estamos diciendo que la empatía, en sentido amplio, incluye tanto comprender como compartir las emociones de los otros, pero comprender y compartir no siempre van de la mano. Por ejemplo, una persona puede comprender que un conductor que vaya a llegar tarde al trabajo se enfurezca con otro conductor que va lento y no le deje avanzar. Pero comprender las razones de su ira, no significa compartirlas. Precisamente si uno es capaz de ver el punto de vista de otra persona también podrá valorar hasta que punto está justificado. Mientras que algunos psicólogos definen empatía únicamente por el factor cognitivo, comprender, otros la definen sólo por la vertiente emocional, compartir el sentimiento, y esto lleva a ciertas confusiones importantes. Por eso, Mark H. Davis (1980), de la Universidad de Texas en Austin, elaboró y validó un modelo integrador de la empatía en el que analiza sus diferentes facetas. Vamos a ver ahora cuatro formas de actuar en las que se expresan diferentes aspectos de la empatía y que aunque son distintas están muy relacionadas.

El contagio emocional

Si en un jardín de infancia un niño se tropieza, se hace daño y se pone a llorar, al cabo de un rato estarán llorando unos cuantos y, a menos que se intervenga, pueden acabar todos igual, aunque, naturalmente, los que se ponen a llorar desconocen la causa del primer llanto. Esto es contagio emocional, es algo muy básico y primario, un individuo experimenta y una emoción intensa que se expande a todo el grupo, sin necesidad de comprender las causas. Los adultos también experimentan el contagio emocional, si se observa una grupo de personas en una fiesta, sobre todo si hay un poco de alcohol ayudando, veremos como la risa es contagiosa, pero también lo puede ser la nostalgia, u otras emociones. Las personas tienden a sincronizar sus emociones cuando están en grupo mediante el contagio, sin que ello sea un proceso racional, ni deliberado.

La compasión

La compasión o, si se quiere el malestar personal por el mal ajeno, consiste en el grado en que una persona se siente angustiada cuando ve que otras personas que sufren o están en situaciones penosas. Por ejemplo, el malestar personal de la compasión sería lo que se siente al ver a una persona sin techo, o a un herido en un accidente de tráfico. La compasión implica el reconocimiento de dolor ajeno, que produce un sincero malestar propio, pero no es necesario identificarse con la víctima y compartir su punto de vista. Por esta razón la compasión está asociada al impulso de ayudar, se reduce el mal ajeno y también el propio.

La implicación empática o empatía emocional.

Una persona le explica a un amigo que tiene un conflicto con un vecino, el amigo se pone de su parte, se indigna y considera que el vecino es una persona antipática. Es decir, asume su emoción y su punto de vista como propios. Es empático emocionalmente o, como también se dice, experimenta implicación empática. En otras palabras, comparte la emoción, se involucra porque lo que lo que le pase al otro es como si le pasase a él mismo. Como en el caso de la compasión, genera necesidad de ayudar tanto por el bienestar de la otra persona, como por el propio. La diferencia con la compasión está en que con la implicación empática o empatía emocional, se produce cuando hay una identificación de sentimientos con la otra persona.

La toma de perspectiva o toma de perspectiva.

La toma de perspectiva o empatía cognitiva consiste en comprender el punto de vista de los otros y, por lo tanto, sus sentimientos pero eso no implica sentir exactamente lo mismo que el otro. Pensemos en un evento deportivo, los seguidores del equipo ganador estarán alegres y contentos, experimentaran contagio emocional. Pero un fan de los vencedores puede comprender como se sienten los perdedores, adoptar hipotéticamente su punto de vista, y darse cuenta que que si su equipo hubiese perdido se sentiría como ellos. En este caso se es empático cognitivamente, hay una toma de la perspectiva del otro, pero naturalmente no se comparten las emociones. Nadie se siente triste porque pierdan los contrarios pero, si tienes en cuenta su perspectiva y eres cognitivamente empático, tratarás a los perdedores con respecto, porque eres capaz de ponerte en su lugar, aunque no compartas sus sentimientos.

Maduración de la empatía.

La empatía consiste, en esencia, en saberse poner en el lugar de los demás. Pero la empatía se desarrolla y crece a lo largo de la vida, la primera reacción empática, la más sencilla, es sufrir cuando otros sufren (o estar contento cuando lo están otros) sin hacer muchas distinciones entre uno mismo y el grupo, es el contagio emocional. Después aparece la compasión, se distingue entre yo y el otro, pero el dolor ajeno produce malestar. Un paso más allá es identificarse con otras personas y compartir sus emociones, personas diferentes pero sintiendo lo mismo, aparece la implicación empática o empatía emocional. Finalmente, la empatía más madura sería la de comprender las intenciones y el punto de vista de los otros, la toma de perspectiva.

De hecho la compasión, la empatía emocional y la empatía cognitiva se producen entremezcladas, son facetas de la empatía. La mayor parte de las veces se comparten y también se comprenden las emociones. Aunque, en algunos casos se puede ver claramente empatía sin comprender realmente el punto de vista del otro y, y en otros, empatía cognitiva en las que las emociones se comprenden, pero no se comparten.

Pero es más, se ha podido comprobar que las personas con más capacidad para la empatía cognitiva tienen menos propensión al contagio emocional. No es de extrañar porque la toma de perspectiva requiere de una cierta maduración personal, por lo que a medida que las personas son más capaces de comprender el punto de vista de otros se produce una mayor capacidad de controlar las emociones.

¿Semejanza o ternura?

Nos podemos preguntar si una persona puede ser empática, en sentido general, con todo el mundo o sólo con algunas personas. Es fácil ser empático con los amigos, pero… ¿Y con los desconocidos? Hay dos hipótesis acerca de ello, una supone que la empatía hacia extraños depende de la semejanza y familiaridad percibida en el otro, por lo que tendremos más tendencia a ser más empáticos con personas que no conocemos de nada si percibimos en éstas aspectos compartidos, como la nacionalidad, la raza, las aficiones, la profesión, etc. La otra hipótesis es la de la ternura. ¿Quién no se siente conmovido con el llanto de un niño? Parece que nos sintamos más dispuestos a tener compasión y a ayudar a quien percibamos cómo más débiles y vulnerables aunque no tengan parecidos con nosotros. Las dos hipótesis tiene datos a favor y no son incompatibles; de hecho, la semejanza y la ternura se pueden reforzar mutuamente, aunque parece que la toma de perspectiva está más relacionada con la semejanza, por lo que nos será más fácil comprender las razones y los sentimientos de otros cuando sean parecidos a nosotros, mientras que la compasión y la implicación empática están más relacionadas con la ternura.

Las malas pasadas de la empatía

Un conductor que se para al ver que otro vehículo ha tenido un accidente, y ve a sus ocupantes heridos y con magulladuras. ¿Qué es preferible? ¿Que sea emocionalmente empático, y se implique tanto que se quede en estado de shock o ser cognitivamente empático, comprender la situación y mantener la cabeza fría para pedir ayuda y prestar los primeros auxilios? En este caso comprender la situación parece más práctico que compartir las emociones de las víctimas.

Esto es lo que pasa con la fatiga por compasión (bueno, yo le diría por exceso de implicación empática), que es el agotamiento emocional que sufren los profesionales que trabajan a diario con personas que sufren como el personal sanitario, especialmente si atienden a personas con enfermedades avanzadas o terminales, pero también en otras profesiones que trabajan con personas vulnerables socialmente. El hecho de convivir con el sufrimiento y no poder aliviarlo siempre, tal y como se quisiera, puede llegar a producir un estado crónico de desmotivación y malestar. Por eso, este tipo de profesionales necesita aprender a distanciarse del sufrimiento de las personas que atienden, precisamente para cuidarlas mejor y no sucumbir en el esfuerzo.

Aquí tenemos la paradoja de la empatía: en un principio motiva a implicarse en la ayuda de otras personas pero puede acabar com la persona empática por agotamiento emocional.


Figura 3: El camino de la maduración de la empatía.

En conclusión

La empatía es una habilidad fantástica, es la base de la amistad, del amor, de la cohesion de las familias y de los grupos. La empatía hace que la gente se lo pase bien en una fiesta y acompañado en un funeral. La empatía evita que la gente se comporte de forma antisocial. Pero la empatía tiene límites; una persona no puede estar compartiendo continuamente las emociones de los otros, sería como estar cargando con los problemas ajenos todo el tiempo. La empatía emocional tiene un importante coste y puede llegar a agotar, a menos ques sea recíproca.

….Se puede llegar a compartir demasiado la emociones, pero nunca se comprende suficientemente a los otros…

Para acabar, creo que es importante darse cuenta de que se puede pecar por exceso en el momento de compartir las emociones, pero eso no pasa con la comprensión, nunca se comprende demasiado. Hay que esforzarse en comprender los puntos de vista ajenos, especialmente cuando difieren de los propios permite ser amable con los demás y ayudar si hace falta, pero sin necesidad de desgastarse emocionalmente. Recomendaría por lo tanto ser generosos y reconocer el mal ajeno, pero también recomiendo no asumir de forma acrítica los puntos de vista de las personas que nos rodean y no dejarse llevar por sus emociones continuamente.

Para saber mas:

En 2012, Eduardo Doval y yo mismo hicimos un estudio sobre la empatía en al conducción con el patrocinio de Attitudes, en el libro se puede encontrar más información y las referencias bibliográficas de la información contenida en esta entrada. Aquí esta la referencia y el link:

Fernandez-Castro, J., & Doval, E. (2012). La empatía y su influencia en la conducción. (1 ed.) (Cuadernos de Reflexión Attitudes).

https://www.researchgate.net/publication/335723888_La_empatia_y_su_influencia_en_la_conduccion

1 comentario en “¿Compartir las emociones o comprender las emociones?

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