La salud mental y el bienestar emocional son objeto de preocupación social. Pero no hay que confundir el bienestar emocional con la salud mental. El bienestar o el malestar es una señal que indica el grado en que una persona se siente con capacidad de gestionar su vida. El malestar prolongado constituye un riesgo para la salud, tanto física como mental, en personas vulnerables. La presencia de malestar debe llevar a analizar qué tipo de problema lo está produciendo, actuar para solucionar el problema y no limitarse únicamente a reducir el malestar individual. La salud mental pública debería centrarse en hacer frente a los problemas sociales que producen malestar y dejar a la asistencia sanitaria solamente aquellos casos en los que se requiere una intervención sanitaria especializada porque hay un trastorno mental.
¿De qué hablamos cuando hablamos de salud mental?
Desde los años del confinamiento por la pandemia del SARS-CoV-2 se está hablando de una especie de epidemia de problemas de salud mental. Efectivamente, los indicadores de salud mental y la demanda de asistencia en salud mental se han disparado y han generado alarma. Hay diferentes maneras de entender este fenómeno: una es suponer que los cambios en las condiciones de vida a nivel global en los últimos años, junto a los efectos a largo plazo de la pandemia, han provocado un aumento de la prevalencia de las enfermedades y trastornos mentales. Otra interpretación consiste en puntualizar que mientras que la prevalencia de las enfermedades mentales graves no ha variado, ha habido, en realidad, un incremento transitorio de la incidencia de algunas de ellas durante la pandemia. Finalmente, se puede poner el acento en que lo que ha cambiado sustancialmente es la valoración social de la salud mental. En los últimos años, se ha llegado a entender que el derecho a la salud incluye también la salud mental y se exige atención y cuidado a la salud mental a las administraciones públicas. Por ello hay más usuarios que demandan atención en salud mental tanto al sistema público como a las instituciones sanitarias privadas.
Particularmente, yo sostengo esta última posición y creo que el efecto de la pandemia fue abrirnos los ojos a la magnitud de un problema que ya existía. Tan sólo hasta hace 50 años, el futuro de los enfermos mentales estaba en los psiquiátricos o establecimientos de caridad, en la cárcel, en la calle mendigando o, si eran afortunados, semiencerrados en la casa familiar. Ahora, afortunadamente, el panorama ha cambiado radicalmente y vivimos en una sociedad que intenta ofrecer un futuro digno a las personas afectadas de trastornos mentales. El problema de salud mental siempre ha estado allí, pero ahora ha salido a la luz.
La figura 1 muestra la gran variabilidad de la prevalencia de los problemas de salud mental en función de cómo los definamos. La incapacidad por enfermedad mental afecta al 3% de los hombres y al 4% de las mujeres. Si nos fijamos en las personas con una enfermedad mental diagnosticada por un especialista, se sube al 7% en los hombres y al 14% en las mujeres y si vamos a considerar las personas que declaran que tienen una alteración mental, se sube al 24% y al 30% (este dato proviene de las observaciones clínicas de los médicos de familia). Si atendemos al consumo de psicofármacos (Ansiolíticos, antidepresivos e hipnóticos principalmente), se alcanza el 15% de los hombres, más que los diagnosticados y al 35% de las mujeres, más que las diagnosticadas y también más que las que declaran un trastorno. Aquí hay que puntualizar que este dato se refiere al porcentaje de personas con tarjeta sanitaria que han retirado al menos un medicamento a cargo de la sanidad pública, si se añadiesen las compras privadas, se puede llegar, con facilidad al doble. Finalmente, las apreciaciones de la prevalencia de malestar emocional en diversos contextos, especialmente el laboral, puede rondar entre el 40% y el 60% de la población. Con estas cifras podemos ver que hay una cierta distancia entre las enfermedades mentales graves y el malestar. En mi opinión, es muy necesario distinguir entre salud y bienestar, para evitar, por ejemplo, que intentemos reducir el malestar emocional con herramientas, como los fármacos, que son indicados y terapéuticos para las enfermedades mentales, pero contraproducentes para tratar el malestar surgido como falta de adaptación al medio que requiere adquirir habilidades de regulación emocional que no se adquiere con la simple prescripción de fármacos. Está claro que estamos entremezclando problemas diferentes, aunque relacionados, vamos a intentar aclararlo.
El bienestar no es salud, es solamente una señal.
En otra entrada de este blog ya he explicado que Salud no es bienestar. En esencia, esta confusión está basada en la definición de salud de la Organización Mundial de la Salud (OMS) que es que La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades (1). La intención de los fundadores de la OMS fue señalar que el cuidado de la salud no se podía reducir únicamente a la cura de enfermedades agudas, sino que el cuidado de la salud incluía la prevención de las enfermedades, la promoción de la vida saludable y el desarrollo de entornos sociales saludables; por lo que la atención a la salud no es cosa únicamente de médicos y del personal sanitario, sino de toda la sociedad.
Pero, por otra parte, esta identificación entre la salud y el bienestar ha provocado que el bienestar se haya convertido en un bien de consumo, altamente valorado, aunque no sea exactamente salud. Dado el atractivo del bienestar como producto de consumo, el Ministerio de Sanidad ha tenido que desplegar un programa de información sobre pseudoterapias (2) que intenta señalar todas aquellas técnicas que se ofrecen como terapéuticas sin ninguna evidencia científica que las apoye. El problema que surge es que muchas de ellas ofrecen bienestar, aunque no curen nada, con lo cual pueden ser valoradas positivamente por los usuarios y, dado que identifican bienestar con salud, creer que son saludables. Esto es un error, una terapia es una intervención que cura o alivia una enfermedad diagnosticada convenientemente, no cualquier cosa que produzca bienestar. Ir a un concierto o tomar el aperitivo en una terraza ante el mar también producen bienestar, pero, obviamente, no son terapias.
En la Primera Conferencia Mundial de Promoción de la Salud organizada por la OMS y celebrada a Ottawa, Canadá en 1986 (3) se completó la definición de salud como la capacidad de adaptarse y gestionar los aspectos relacionados con el estado físico, psicológico y social. Esto significa que la salud implica autonomía y capacidad de mantener una buena calidad de vida. Naturalmente, aunque una persona tenga problemas físicos considerables, si estos problemas están atendidos, controlados y compensados, podemos decir que goza de buena salud. Es decir que la salud no se puede valorar únicamente a partir del estado físico de una persona, ni tampoco del estado subjetivo sino de cómo se desarrolla su vida.
Entonces, si el bienestar no es exactamente salud ¿qué es? Pues sencillamente, una señal que tiene dos polos el bienestar y el malestar. Experimentar malestar indica que las cosas no van bien, que se debe dejar de hacer lo que está haciendo, o que se debe cambiar de entorno, o rodearse de otras personas, o abandonar los objetivos que se persiguen. En definitiva, es una señal interna de STOP que viene a decir Esto no funciona. El bienestar, por el contrario, es un ¡Adelante! Y anima a continuar con lo que se está haciendo, a permanecer donde se está, a mantenerse junto a las personas con las que se está y perseverar con los objetivos que se tiene. El bienestar dice Esto funciona, va bien.
El bienestar es información sobre cómo estamos, no es sustancial, no es algo que se tenga ni dentro ni fuera del cuerpo, sino que es un juicio que hacemos sobre nuestro estado en un momento dado. Las personas tienen sensaciones corporales, sentimientos y expectativas que se fusionan en la manifestación de malestar o bienestar en función del interlocutor y de los estándares sociales que aplicamos. No es lo mismo expresar el bienestar o malestar a personas del entorno laboral, que a los a familiares o al médico de familia.
Por otra parte, el malestar o bienestar siempre es comparativo. No existe una prueba de referencia que determine niveles absolutos de bienestar. Si una persona puntúa, por ejemplo, su bienestar en un 7 eso no significa que sienta lo mismo que otra persona que puntúa también un 7, no lo sabemos. La investigación empírica sobre el bienestar compara una puntuación individual con un grupo de referencia, si la media del grupo de referencia es, por ejemplo, 8,50, diremos que un 7 está por debajo de la media de su subgrupo, y si la media del grupo es 6, diremos que está por encima de la media. O, por ejemplo, si una persona puntúa un 5 en una situación y un 8 en otra, podemos inferir, por comparación, que la segunda es preferida a la primera. Podemos decir si el bienestar aumenta o disminuye, pero no si es “mucho” o “poco”.
El bienestar no es un juicio que uno mismo pueda modificar voluntariamente, uno se siente bien o mal, pero no puede decidir sentirse bien. Otra cosa es que la gente haga cosas o se acerque a ciertas personas para sentirse bien, por eso no es conveniente decir a las personas que experimentan malestar que se animen, que se tranquilicen, o que se alegren, porque si pudiesen hacerlo, ya lo habrían hecho, no pueden.
Además, el bienestar tiende al equilibrio y se autorregula, cada persona tiene un nivel de bienestar propio (esto se llama tono hedónico) que es estable, aunque con oscilaciones alrededor de su media, hay personas más alegres y personas menos alegres. Cuando pasa algo adverso, se dispara el malestar y si ocurre algo agradable, aumenta el bienestar. Sin embargo, con el paso del tiempo siempre se vuelve al nivel habitual que tiene cada persona, el bienestar se normaliza con rapidez, nos acostumbramos rápidamente a lo bueno, y el malestar tarda un poco más en disiparse. Pero en general, la tendencia es que se mantenga un cierto nivel de bienestar más o menos constante (Ver La fascinación por lo dañino).
Pero el malestar también puede engañar. Todo el mundo busca el bienestar como puede y, en no pocas situaciones, la búsqueda del bienestar a corto plazo produce malestar a largo plazo. Este es el caso de la dinámica de las adicciones, la persona adicta a una sustancia la consume porque le produce bienestar, pero a medida que va consolidando el hábito, necesita mayores cantidades de la sustancia para mantener el bienestar y si se interrumpe la toma de la sustancia se produce malestar debido a la abstinencia.
Lo mismo pasa con los trastornos alimentarios, las personas afectadas están buscando el bienestar, lo que pasa es que nunca lo encuentran porque su bienestar anhelado depende de alcanzar un estado corporal de peso y figura ideal que, en realidad, no existe. Las personas con trastornos de ansiedad también buscan su bienestar en la seguridad, lo que les pasa es que realizar únicamente actividades totalmente seguras, hace que se pierdan muchas oportunidades en la vida.
Por otra parte, el malestar tiene su función y en ciertas situaciones, como por ejemplo la pérdida de una persona querida, el malestar está justificado y hasta se podría decir que es sano. Y no hay que olvidar que el malestar insoportable es el principal motivo que lleva a las personas con problemas de salud mental a pedir ayuda profesional.
Los problemas de la vida no son problemas sanitarios
Aunque el bienestar no sea sinónimo de salud, es muy importante prestar atención al bienestar subjetivo de las personas tomadas individualmente o en grupo, porque examinándolo nos da información sobre los problemas de la vida.
La conexión entre las condiciones sociales y la salud mental, y también física, tiene un nombre: estrés. El estrés explica porqué la precariedad en el trabajo, la falta de expectativas de progreso, la inestabilidad social, la amenaza de violencia pueden llegar a producir trastornos mentales y enfermedad (Esto lo he explicado en Salud: ¿Cuestión de actitud o producto de las condiciones sociales?)
Muchas personas creen que el estrés consiste en el sufrimiento mental que se produce en situaciones adversas extremas. Pero en realidad el estrés no es una mera reacción ante una adversidad, es el resultado de la manera de interactuar con el entorno.
El estrés es el resultado de los mecanismos psicobiológicos de adaptación, de los que los humanos estamos dotados, para hacer frente tanto a retos como a amenazas y puede aparecer ante situaciones son muy diversas y variadas en función de los contextos y de las personas. Pueden aparecer ante problemas de relaciones de pareja, con los padres, con los hijos o con los vecinos. También ante la precariedad laboral, la falta de trabajo o el estrés laboral. Y no hay que olvidar los problemas de salud, tener que cuidar a personas con problemas de salud o la pérdida de seres queridos. Y, naturalmente, los problemas económicos, la falta de vivienda asequible o la falta de expectativas de futuro.
Pero lo importante no es lo que pasa, sino que los problemas de la vida generan estrés solamente cuando hay un desequilibrio entre las demandas del entorno y los recursos del individuo. Por ello hay que reconocer que cuando predominan las expectativas desajustadas, las prioridades vitales desordenadas o la falta de implicación y compromiso, cualquier situación, aunque no sea un problema grave, puede generar estrés. Este mecanismo de activación psicobiológica ante la necesidad de adaptarse es en principio adaptativo y facilita que se cambie la conducta, se aprendan nuevas cosas, se aumente el esfuerzo o se acepten hechos adversos.
La buena noticia es que el estrés agudo en persones sanas no causa ninguna enfermedad y la mala noticia es que el estrés crónico se convierte en un serio riesgo de sufrir enfermedades en las personas vulnerables biológica, psicológica o socialmente. Es decir que cuando las situaciones de estrés, vividas como malestar, se prolongan en el tiempo porque los problemas que las provocan persisten o porque la personas no son capaces de afrontarlas eficazmente, se convierte en un riesgo para la salud.
Un trabajo inacabable de los psicólogos es explicar que los problemas, las adversidades y los fracasos con consustanciales con la vida y que no se pueden evitar; pero que lo que sí se puede evitar es que el estrés agudo, sano, se convierta en estrés crónico, insano. O sea que el malestar ocasional forma parte de la vida y no se le debería considerar un trastorno.
La investigación sobre estrés y salud ha descubierto tres factores que ayudan a que el estrés agudo, ocasional, no se convierta en crónico. El primero es afrontar el problema en la medida que sea posible y regular las propias emociones. El segundo es disponer de contacto social de calidad y del apoyo sincero de otras personas. Y el tercero es dedicar el tiempo necesario para poder tener ciclos de descanso realmente reparadores.
En definitiva, lo contrario del estrés no es la calma o la relajación, lo contrario de sufrir estrés crónico es … tener una vida, como he explicado en ¿Vivir para trabajar o trabajar para vivir? .
Por lo tanto, los problemas de la vida no son problemas sanitarios, pero tienen consecuencias en la salud. Ahora estamos en condiciones de identificar diferentes tipos de fuentes de malestar.
- Malestar causado por padecer trastornos o alteraciones de la salud mental.
- Malestar por falta de recursos ante circunstancias adversas.
- Malestar por problemas sociales que superan la capacidad individual de solucionarlos.
La primera fuente de malestar puede ser abordada por la psicoterapia, pero las dos segundas no, hay evidencias de que no es eficaz, ni eficiente, intentar ofrecer terapia psicológica a personas que no tienen trastornos psicológicos, sino solamente malestar ante los problemas de la vida (4). En el caso de la fuente 2 de malestar, se requiere otro tipo de apoyo por parte del sistema sanitario y acciones de salud pública para evitar caer en la fuente de malestar 1: falta de salud mental. Pero las personas que sufren malestar 1, debido a problemas de salud mental, también tienen malestar 2 derivado de que la enfermedad mental puede restar capacidad de afrontamiento de los problemas de la vida. Y el malestar 3 afecta todo el mundo y requiere de medidas sociales, no particulares.
El bienestar es un asunto de la Salud Mental Pública.
La salud Pública es la ciencia y arte de impedir las enfermedades, fomentar la salud y prolongar la vida mediante el esfuerzo organizado de la comunidad. La salud pública es una cuestión de las administraciones públicas, de las empresas, de los centros educativos, de la sociedad civil y de las ONG.
En 2005, la OMS creó la Comisión sobre Determinantes Sociales de la Salud (5) basada en la abrumadora cantidad de evidencia acerca de la influencia de las condiciones de vida en la salud: vivienda, agua potable, alcantarillado, alimentación, condiciones laborales, contaminación, etc. todos ellos son factores con una incidencia directísima sobre la salud, pero no son problemas estrictamente médicos. El planteamiento de la OMS era que no tiene sentido atender a la población en hospitales y luego devolverlas a las mismas condiciones de vida que les habían hecho enfermar, sino por el contrario prevenir las enfermedades asegurando que las personas vivan en condiciones higiénicas, estén bien alimentadas y no estén expuestas a agentes contaminantes, entre otros muchos factores.
Pero cuando se aplica este planteamiento al caso de la salud mental aparecen algunas dificultades, especialmente cuando se quiere hacer frente a los llamados riesgos psicosociales es decir el estrés laboral y, en general, el estrés vital. En otras palabras, la salud pública de debería ampliar a la salud mental, pero en muchas ocasiones cuesta saber cómo hacerlo. Yo creo que esta dificultad se debe, al menos en parte, a creer que el malestar emocional es una cuestión individual. Efectivamente el malestar es personal e intransferible, pero tiene un componente social. Si una persona tiene diarrea es algo personal e intransferible, claro, pero si todos los comensales de un banquete tienen diarrea, te preguntas qué les han dado de comer, pues lo mismo pasa con el malestar y que me perdone el lector por la comparación.
Sin duda, la autoayuda y la psicología de consumo popular han fortalecido esta idea individual del bienestar. Consignas como “si quieres, puedes”, “realiza tus sueños”, “la felicidad está en tu interior” y otras de ese estilo intentan hacer creer que el bienestar es una cuestión exclusivamente de la propia voluntad, cosa totalmente falsa, y que se puede estar siempre en un estado de bienestar beatífico (Ver Las cuatro mejores maneras de no superar el estrés)
Los problemas de la vida que producen estrés y malestar, como hemos visto, es una moneda con dos caras: el contexto y la persona que lo sufre. No podemos hacer recaer toda la responsabilidad solamente en una de esas dos caras; por un lado, cada uno tiene que esforzarse por afrontar y adaptarse a sus propios problemas, pero por otro lado no se puede culpar a una persona de tener problemas. Por eso el malestar producido por los problemas de la vida no se combaten con autoayuda, poniendo todo el peso en la persona, ni con una asistencia sanitaria que no se puede dedicar a solucionar los problemas de la sociedad.
Desde el punto de vista de la salud mental pública el malestar se reduce intentando reducir los problemas de las personas, pero, sobre todo, sobre todo, ofreciendo recursos, ayuda y apoyo a las personas para que los solucionen ellas mismas. Voy a señalar los pasos principales que creo que las administraciones, empresas, centros formativos y otras organizaciones deberían tener en cuenta para fomentar el bienestar y promover, consiguientemente, la salud.
Retos, metas y objetivos.
Plantear retos y objetivos ambiciosos puede parecer una fuente potencial de estrés, pero en realidad el estrés proviene de no tener recursos para satisfacer las demandas, no de tener altas demandas. Ciudades que planteen reducir la contaminación y el ruido, centros educativos que aspiran a incrementar la calidad de la formación, empresas que quieran mejorar en el servicio a sus clientes, en suma, los retos compartidos pueden ser una fuente de bienestar puesto que favorecen la implicación en conseguir objetivos de mejora.
Ser inclusivo
Una tarea básica de la Salud Mental Pública es no excluir de la vida social, laboral educativa a las personas con trastornos de salud mental. Esta tarea es tanto una obligación legal como también moral. Naturalmente, el primer paso, imprescindible, es combatir el estigma que arrastran las personas con enfermedades mentales, basados la mayoría de las veces en falsas creencias sobre la naturaleza de la enfermedad mental.
Escuchar a las personas.
Las organizaciones deben tener canales para escuchar quejas. Ciudadanos, usuarios, clientes, trabajadores, deben tener canales para expresar quejas. Los responsables no tienen la obligación de estar de acuerdo con todas las quejas, pero es muy importante responder a las quejas y dejar claro que se ha entendido el punto de vista de las personas que ha expresado su malestar. El reconocimiento del malestar es el primer paso para hallar nuevas y mejores formas de actuación.
Ofrecer recursos y formación.
La formación continuada ya sea reglada o informal, para cualquier tipo de personas, para todas las edades, para estudiantes, para empleados, para emprendedores o para jubilados es un instrumento de mejora de la salud mental de la comunidad, porque la formación es una poderosa fuente de fortalecimiento de los recursos de las personas para afrontar los problemas de la vida. En este ámbito destaca la formación en habilidades que permiten afrontar con confianza esos problemas como la gestión del estrés, la inteligencia emocional, la capacidad de comunicación, el trabajo en equipo. Pero no solamente este tipo de formación, la formación en capacitación digital, idiomas, humanidades y arte, capacitación tecnológica, etc. también es mejorar la salud mental de la comunidad porque aumentan los recursos para hacer afrontar eficazmente los problemas de la vida.
Apoyar a las personas con problemas.
Se considera demasiado a menudo que las personas que tiene que afrontar un problema, por ejemplo, un proceso de duelo, sufrir una enfermedad crónica, tener un hijo con discapacidad por poner ejemplos comunes; tienen un problema individual que deben solucionar individualmente. Pero una organización que apoya a sus miembros con problemas consigue que éstos, se impliquen e identifiquen con la organización, da igual que sea una empresa o un ayuntamiento o un club deportivo. Acciones en este sentido podrían ser dar tiempo para que las personan atiendan sus problemas importantes, dar información, fomentar grupos de ayuda mutua y tener acceso a la orientación de profesionales como asistentes sociales o psicólogos.
Para acabar.
Ante de acabar habría que puntualizar dos ideas.
Las personas son importantes, no su sufrimiento. Hemos dado mucha importancia a prestar atención al malestar, pero lo importante es que la atención se debe dar a las personas porque son personas, no solamente porque sufran. El sufrimiento, ser víctima de algún problema importante, no debe ser el componente clave de la identidad social de las personas con problemas de salud mental o de malestar emocional.
El esfuerzo no es malestar. Hemos indicado que la Salud Mental Pública considera que los problemas de la vida no son únicamente una cuestión privada, sino que implica a la comunidad. Pero eso no invalida que valores como el esfuerzo, la responsabilidad individual y el autocontrol no sigan siendo claves para el afrontamiento de los problemas de la vida.
No todo lo que se hacemos para prevenir problemas de salud mental en las organizaciones es adecuado para todos los que participan. Hay que valorar los contextos, especialmente los de las personas con riesgo y preferir los procedimentos participativos a los meramente divulgativos.
En conclusión, la atención al malestar emocional es algo esencial que tiene que ver con el derecho de las personas a la salud integral y con el progreso colectivo de las comunidades y tendría que desembocar en fomentar que las personas sean capaces de resolver ellas mismas sus problemas.
Notificación.
Este texto recoge la conferencia “Estar bé o no estar bé” que impartí eñ 22 de abril de 2024. Con ocasión de la inauguración de XIV Setmana Saludable i Sostenible de la Universitat Autònoma de Barcelona. Agradezco a Sílvia Altafaja y a Sònia Sànchez su confianza en proponerme para realizar esta ponencia.
Agradecimientos
Agradezco a Sílvia Edo, del GIES (UAB), sus comentarios y aportaciones a este texto.
Notas:
2.- https://www.sanidad.gob.es/gabinete/notasPrensa.do?id=4527
3.- https://www.who.int/teams/health-promotion/enhanced-wellbeing/first-global-conference
4.- En Australia se realizó una campaña pública de dar acceso libre a psicoterapia y se comprobó que sólo era eficaz para personas con problemas de salud mental graves. Ver: Allison S, Looi JC, Kisely S, Bastiampillai T. Could negative outcomes of psychotherapies be contributing to the lack of an overall population effect from the Australian Better Access initiative? Australasian Psychiatry. 2023;31(3):339-342. doi:10.1177/10398562231172417.
5.- https://apps.who.int/gb/ebwha/pdf_files/EB115/B115_35-sp.pdf
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