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El día que el buen samaritano tuvo mucha prisa.

Los valores morales son un asunto de mucho peso. Esto lo digo en el sentido de que los valores morales son vistos como importantes, pero también como algo sólido que no muta con facilidad y que responde a convicciones profundas de un individuo. En consecuencia, las personas con valores serían coherentes y consistentes en sus decisiones, mientras que las personas sin valores serían volubles y superficiales.

Este punto de vista procede de la idea que las personas con valores morales consolidados los tienen presentes en cualquier circunstancia. Pero la evidencia de la investigación en Psicología nos dice otra cosa, que las decisiones morales no son tan coherentes como parecería a primera vista. En realidad, la toma de decisiones con implicaciones morales es un proceso complejo que aún está lejos de comprenderse totalmente pero que, sin duda, no es el resultado de la reflexión profunda, pausada y calmada. También sabemos que no somos necesariamente coherentes y en una circunstancia determinada podemos pensar que lo más importante es ayudar a los demás, en otra ocasión que lo más importante es comprar algo carísimo y otro día que gane tu equipo.

Jonathan Haidt (1) ha explicado repetidamente que al contrario de lo que defendieron prestigiosos psicólogos como Jean Piaget o Lawrence Kohlberg, las decisiones morales no son el producto de razonamientos sesudos o de reflexiones profundas, sino de intuiciones muchas veces momentáneas. Pero quizás se entenderá mejor esta idea con un experimento clásico de la Psicología Social, el del buen samaritano.

Un experimento en el seminario

La parábola del buen samaritano es una historia del Nuevo Testamento cristiano muy conocida y que, sin duda, contiene un mensaje moral universal. Cuenta que un viajero que es robado, apaleado y abandonado en un camino. Pasan un sacerdote judío y luego un levita, pero ninguno de ellos ayuda a la víctima. Finalmente, un samaritano, una persona despreciable y extranjera a ojos de los judíos, es quien socorre al necesitado. Es una historia que no necesita explicación, va directamente a nuestra intuición de qué es la compasión y recuerda que no hay que dejarse llevar por las apariencias.

El experimento del buen samaritano fue realizado en 1973 por dos investigadores del Seminario Teológico de la Universidad de Princeton, John M. Darley y C. Daniel Batson (2). Los participantes eran estudiantes del seminario que aceptaron participar en un estudio. El asistente de investigación les pasó unos cuestionarios para valorar su religiosidad y les dio a leer un texto. A la mitad de los participantes se les proporcionó un texto que se refería los tipos de trabajos que podían desempeñar los estudiantes de teología y a la otra mitad se les dio a leer la parábola de Buen Samaritano. El asistente les pidió que opinasen sobre el texto en una breve charla de 5 minutos. Pero, y aquí está el quid del experimento, que para grabarlo debían de trasladarse a otro edificio en el que les habían dejado, sólo temporalmente, un estudio de grabación. A un tercio de los participantes se les dijo que tenían tiempo de sobra para llegar al estudio, a otro tercio que no les sobraba tiempo y al tercio restante que tenían que ir deprisa para no llegar tarde.

Lo importante de este experimento fue que entre los dos edificios había un hombre, cómplice de los experimentadores, caído en un callejón que gimió y tosió dos veces cuando los seminaristas pasaron por delante. El caso es que se observó cuantos participantes se pararon a interesarse por la persona caída en el suelo y cuantos pasaron de largo.

Los investigadores querían contrastar varias hipótesis. La primera era que las personas religiosas por un motivo de interés personal (la salvación eterna, la gracia de Dios, la felicidad, …) serán menos propensas a mostrar un comportamiento de ayuda que las personas cuya religiosidad estaba basada en busquen una visión espiritual de la vida basada en darse a los demás. En segundo lugar, que las personas con prisa serán mucho menos propensas a mostrar un comportamiento de ayuda que los que no tienen esa presión. Y en tercer lugar que las personas que tenían reciente una historia de ayudar al prójimo tendrían una mayor tendencia a ayudar.

Los resultaron fueron clarísimos, la profundidad y el tipo de creencias religiosas no tuvo nada que ver con la tendencia ayudar a los otros. El factor más importante para predecir si se ayudaba o no fue la prisa. En total, un 63% de los estudiantes que pasaron por delante de la persona caída sin tener prisa, se paró para ayudar; en el grupo que tenía una prisa intermedia, los buenos samaritanos fueron el 45% y entre los que tenían mucha prisa este porcentaje fue solamente del 10%.  De entre los que acababan de leer la parábola del buen samaritano se pararon el 53% y de los que habían leído el otro texto se pararon el 29%. Después de un detallado análisis los autores llegaron a la conclusión que el único predictor de el comportamiento de pararse a ayudar fue la prisa, puesto que, aunque los que tenían en meta la reciente lectura de la parábola se pararon con más frecuencia que el otro grupo, este factor no llegó a ser estadísticamente significativo. Finalmente, la solidez y el tipo de religiosidad no tuvieron nada que ver con la tendencia a ayudar, pero sí que determinaron el tipo de argumentos que desarrollaron los participantes para justificar su comportamiento.

Muchas personas reaccionan ante este experimento con desánimo, ya que se demuestra que la profundidad de los valores no influye en el altruismo sino una cosa tan trivial como la prisa. Como dicen los autores del estudio: “Una persona que no tiene prisa puede detenerse y ofrecer ayuda a una persona en apuros. una persona con prisa puede seguir su camino. Irónicamente, es probable que continúe incluso si tiene que hablar sobre la parábola del buen samaritano”

Pero creo que este experimento nos muestra más bien cómo somos las personas. En el momento de actuar para ayudar a alguien, no hacemos discursos profundos, sino que actuamos sobre la marcha, tenemos la capacidad de ser buenos, y lo seremos, si las condiciones son las adecuadas, a veces las circunstancias nos llevan a ayudar pueden ser meramente accidentales o triviales como la prisa. En todo caso, solo hace falta un pequeño empujón en la dirección adecuada.

En este caso, los estudiantes tenían una prioridad querían ayudar y colaborar con el asistente de investigación, su intención no era puramente egoísta querían ayudar al asistente de investigación y, por qué no, también quedar bien y no defraudar. Sencillamente priorizaron algo urgente sobre otra acción potencialmente importante.

En resumen.

No creamos que ser buenos y altruistas depende solamente de haber reflexionado concinzudamente, también puede depender de circunstancias casuales, accidentales y del momento que te empujen en una dirección o en otra. En todo caso, la prisa resta libertad porque se escoge un único objetivo del momento y ofusca porque reduce la atención al resto del entorno. En definitiva, que no es suficiente tener valores sólidos, hacer falta tener los ojos bien abiertos a lo que pasa en cada memento.

Agradecimientos

Agradezco al Dr Pablo Fernández Berrocal sus comentarios que me llevaron a interesarme por este artículos.

Notas

1.- Jonathan Haidt (2019). La mente de los justos. Ediciones Deusto. El título en inglés fue The righteous Mind y fue publicado por primera vez en 2012.

2.- Darley JM, Batson CD (1973) «From Jerusalem to Jericho»: A study of Situational and Dispositional Variables in Helping Behavior. JPSP 27: 100-108.

2 respuestas

  1. Avatar de maia

    Muchas gracias. Jordi, por esta entrada tan interesante. Sin embargo, permiteme hacer una observación. Mejor dicho, permiteme exponerte mis pensamientos al respecto. Me parece que quizá la palabra «prisa» no es la adecuada . Puedo tener mucha prisa para llegar a un sitio pero algo que considero más importante hace que llegue tarde. Quiero decir que quizá la presión que tenien los estudiantes para no llegar tarde era muy fuerte. Quizá podemos hablar de sentimiento de amenaza frente a un «castigo» percibido: quedar mal con los profesores por llegar tarde, en un contexto de cualificaciones académicas. En este sentido, tener o no tener prisa seria irrelevante. Dependeria de la percepción del premio que me espera si llego tal y cómo los «estandares académicos» me piden. O de la amenaza que significa no llegar a tiempo, tal i como se me pide. Incluso esta misma percepción amenazante podria haber hecho que casi no percibieran a la persona tirada en el suelo. Los que se pararon no lo hicieron porqué no tenian prisa sinó porqué no sentian amenazante no llegar a tiempo. Tenemos buenas teorias en psicologia social (por ejemplo, la Teoria de la obediencia de Milgram…). Bueno, aquí te dejo lo que he pensado. Quizá me estoy equivocando y debo leerme la investigación con calma.

  2. Avatar de Jordi Fernández-Castro
    Jordi Fernández-Castro

    Maia,
    Gracias por el comentario. Sí, creo que tienes razón, detrás de la palabra «prisa» hay más cosas. Creo que la gracia de este experimento es que mas que explicar el porqué de la ayuda a los otros, lo que hace es demostrar que eso no depende de la profundidad de los pensamientos o de los conocimientos sino de otros factores, emocionales, que no controlamos tanto.

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